Miedo a lo inmanejable
por: Ulises Rangel
Politólogo especialista en Gobernanza, servidor público y activista
Me acordé de Zygmunt Bauman cuando el huracán Otis destrozó Acapulco. En su libro “Miedo líquido”, el filósofo polaco propone un tipo de miedo característico de la sociedad moderna, occidental por supuesto: el horror a lo inmanejable.
El planteamiento es que la previsión sustituyó a la inevitabilidad como valor a medida que nos adentramos en la modernidad, la globalización, la tecnologización, la obsesión por el policy, la planeación estratégica y la nueva gestión pública tatcheriana. Este miedo tiene un origen tan antiguo como la humanidad misma: es el miedo a lo que antes llamábamos catástrofes naturales, como el miedo al tsunami, las erupciones volcánicas o los huracanes. De hecho, uno de los casos que ilustra este miedo es la responsabilidad que se le atribuyó al gobierno estadounidense frente a la “mala gestión” de la respuesta a la emergencia que significó el huracán Katrina.
Mirando al pasado, encontramos que a lo largo de la historia, los seres humanos han enfrentado una serie de amenazas naturales, desde epidemias hasta desastres naturales. Sin embargo, a medida que avanzamos en la modernidad, hemos desarrollado la ilusión de que podemos prever y controlar todo, gracias a avances tecnológicos y científicos. Este es un error que ha llevado a subestimar la vulnerabilidad inherente de nuestra existencia.
¿Quiero decir con esto que no hay responsabilidades atribuibles en la atención a emergencias y desastres? Por supuesto que no, pero pensemos en la Pandemia de COVID-19 y el linchamiento de los medios corporativos a los responsables de la administración y al vocero de la estrategia. No es nuevo por supuesto, que estos grupos de intereses creados aprovechen las crisis y las emergencias para buscar deslegitimar a los gobiernos, buscando muchas veces, crear nichos de mercado.
Cuando un fenómeno como una pandemia o un huracán tiene lugar, no afecta a todos por igual. Afecta de manera diferente a los más pobres, a los países del sur global, afectados por la corrupción, la desigualdad, su carga de enfermedad, sus injusticias y un largo etcétera. Más del 60% de la población mexicana es de alguna forma pobre. Más de 30 millones de personas no tienen seguridad social. Más de 340 hospitales quedaron abandonados o en obra negra en los últimos treinta años. Más del 75.2% de las personas mayores de 20 años presentan sobrepeso y obesidad.
Los planes de preparación y respuesta, así como las profesiones especializadas de gestión de emergencias, son relativamente nuevas y se han ganado una muy buena reputación en las ciencias de la complejidad y en las mejores prácticas alrededor del mundo. La escuela de lo planeable, lo gestionable, lo diseñable, lo manejable, se abrió paso ante un mundo volátil, un mundo líquido donde los peligros de la crisis climática son inminentes y nos ocurren. ¡Necesitamos saber qué hacer! Es un miedo válido, por supuesto. Uno quiere estar preparado, comprar sus víveres, preparar sus mochilas, mantenerse A SALVO. ¡Ya lo decía Slavoj Zizek en su libro “Pandemic”! Tenemos la necesidad de ser regulados y que se use la fuerza si es necesario.
Con la rápida aceleración de la crisis climática, tendremos cada vez más huracanes, tsunamis, incendios forestales, inundaciones y pandemias. En estos últimos años, vimos imágenes increíbles. ¿Recuerdan la foto de Nueva York envuelta en humo de los incendios forestales en la región?
Cuando surgió el SARS-CoV-2, muchos dijimos que había que entenderlo como el resultado de la explotación y destrucción de los ecosistemas, que se trataba de una consecuencia innegable y que, además, la epidemiología venía advirtiéndonos de ello desde hace años. Pero preferimos creer que más bien lo habían inventado los chinos en un laboratorio (haciendo gala de nuestra xenofobia, por supuesto). Lo cierto es que las enfermedades zoonóticas con potencial pandémico ocurrirán cada vez con más prontitud. Veamos la línea del tiempo: SARS-CoV en 2003, Influenza AH1N1 en 2009, Ébola en 2014, Zika en 2016, MERS-CoV en 2015, SARS-CoV-2 en 2020. ¿Cuál seguirá en 2025?
Les voy a confesar que yo también tengo miedo, al igual que muchas personas jóvenes que nos preocupa muchísimo el futuro que nos espera, un futuro que pinta para ser una pesadilla. Pero es también una trampa, porque ese futuro ya nos alcanzó. Ya no tengo que imaginarme cómo será, porque puedo ver esas imágenes en tiempo real. Puedo ver la tragedia de Acapulco en 2023 y me asusta. Sin embargo, me parece que el gobierno y algunos sectores de la sociedad están respondiendo adecuadamente. Es una realidad innegable que Otis y su transformación en huracán categoría 5 no estaba en los modelos meteorológicos y que se trata de un evento meteorológico como nos lo recetaron, como sabíamos que empezarán a llegar.
Soy una persona joven y mis demandas al gobierno no son un plan de atención a emergencias. Mis demandas van por otro lado. Yo exijo lo que no nos pudo dar la generación de nuestros padres: un sistema de salud resiliente, capaz de anticipar, preparar, prevenir, responder y recuperarse rápidamente de los riesgos de la crisis climática.
Exijo que la regulación sanitaria sea una realidad y que la devastación ambiental no quede impune, como el caso de Grupo México en Sonora, y que se repare el daño.
Exijo que se elimine el glifosato y otros pesticidas y agroquímicos del suelo mexicano, que no haya productos con plomo y asbesto.
Exijo una transformación del sistema agroalimentario para que se dejen de degradar los recursos naturales y los servicios ecosistémicos, y para que se deje de excluir a los campesinos, propiciando que los agricultores tengan mayor información y conocimiento sobre bioinsumos.
Exijo que se controle la epidemia de obesidad y enfermedades asociadas como la diabetes.
Exijo que los países del norte global paguen por la transición energética de los países del sur global que están creciendo.
Exijo que se detenga el neocolonialismo y la explotación de los territorios y los recursos de América Latina.
Tenemos mucho qué hacer para apoyar a Guerrero y tenemos mucho qué hacer para que no se repita. No son mutuamente excluyentes, ambas son necesarias. La responsabilidad de prevenir y preparar no recae únicamente en los gobiernos y las instituciones, sino también en cada individuo y comunidad incluyendo a los medios corporativos y a los partidos políticos de oposición. En lugar de esperar certezas absolutas antes de tomar medidas, debemos actuar en función de la información y la evidencia disponible en cada momento. La ciencia y la planificación pueden ayudarnos a tomar decisiones informadas, pero también debemos aceptar que siempre habrá un margen de incertidumbre.
Asumir nuestra vulnerabilidad como seres humanos nos lleva a la responsabilidad de cuidar a quienes son más vulnerables dentro de nuestras sociedades y prepararnos para un futuro incierto. Esto implica la construcción de sistemas de salud resilientes, la regulación ambiental, la inversión en energías sostenibles y la eliminación de prácticas dañinas para el medio ambiente.
P.D. Vean cómo lincharon a López-Gatell y cómo están linchando al presidente en este momento, ¿Coincidencias?